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7,7
23.964
Intriga. Drama. Terror
Narra la progresiva angustia de un hombre (López Vázquez) que se queda atrapado en una cabina telefónica. Lo que en principio parece un contratiempo sin trascendencia, se convierte poco a poco en una situación tan inquietante y terrorífica que provoca en el hombre una desesperación y una angustia sin límites.
2 de enero de 2023
2 de enero de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tuvo que ser en la década de los 70, cómo no, la mejor de la historia del cine, exactamente en Diciembre de 1972 (estamos en el año en el que se proyectaban en cines “El Padrino” de Francis Ford Coppola y “Cabaret” de Bob Fosse, ahí es nada), cuando TVE estrenase el mediometraje que marcó para siempre una nueva etapa en nuestro cine y que abrió la producción televisiva de este Estado al mundo entero, donde incluso llegó a obtener el Emmy a la Mejor Producción Televisiva de Ficción en 1973. Hablamos de “La cabina” de Antonio Mercero, y ya nada fue igual a partir de aquel momento.
Estética y argumentalmente, sus 35 minutos son un portento fílmico que apenas envejece. José Luis López Vázquez, demostrando que tenía genialidad y vida interpretativa más allá de la comedia, protagoniza prácticamente todos los planos del film, demostrando a través de sus diferentes reacciones mudas (desde el exterior de la cabina, su voz nunca se escucha) todos los estados de ánimo posibles en un ser humano sometido a una situación agónica.
La otra parte de la genialidad inmortal de la propuesta es la estética, firmada por un Antonio Mercero entonces joven, revolucionario y en estado de gracia. Versando la obra en torno a un espacio tan minúsculo, la cantidad y calidad de los planos que atesora son innumerables. Incluso recurriendo a la acción en segundo plano respecto a la acción principal que sublimara Orson Welles en “Ciudadano Kane”. El setentero uso del zoom está notablemente dosificado y medido y el derroche de planos en grúa demuestran una voluntad artística de trascender por parte de su autor.
De paso, se retrata la mezquindad del ser humano con un aliento misántropo lúcido y certero en una obra maestra totalmente polisémica cuya interpretación abierta tendrá que conformarse en la mente de cada espectador. Para unos, una pieza de terror psicológico sin explicación aparente. Para otros, entre los que yo me encuentro, una soberbia metáfora de un Estado atrapado dentro de los estrechos márgenes de una sanguinaria dictadura fascista ante la que sólo cabía contemplar y dejarse llevar hasta el durísimo final. Así de inquietantemente ambiguo es el guión de “La cabina”.
Estética y argumentalmente, sus 35 minutos son un portento fílmico que apenas envejece. José Luis López Vázquez, demostrando que tenía genialidad y vida interpretativa más allá de la comedia, protagoniza prácticamente todos los planos del film, demostrando a través de sus diferentes reacciones mudas (desde el exterior de la cabina, su voz nunca se escucha) todos los estados de ánimo posibles en un ser humano sometido a una situación agónica.
La otra parte de la genialidad inmortal de la propuesta es la estética, firmada por un Antonio Mercero entonces joven, revolucionario y en estado de gracia. Versando la obra en torno a un espacio tan minúsculo, la cantidad y calidad de los planos que atesora son innumerables. Incluso recurriendo a la acción en segundo plano respecto a la acción principal que sublimara Orson Welles en “Ciudadano Kane”. El setentero uso del zoom está notablemente dosificado y medido y el derroche de planos en grúa demuestran una voluntad artística de trascender por parte de su autor.
De paso, se retrata la mezquindad del ser humano con un aliento misántropo lúcido y certero en una obra maestra totalmente polisémica cuya interpretación abierta tendrá que conformarse en la mente de cada espectador. Para unos, una pieza de terror psicológico sin explicación aparente. Para otros, entre los que yo me encuentro, una soberbia metáfora de un Estado atrapado dentro de los estrechos márgenes de una sanguinaria dictadura fascista ante la que sólo cabía contemplar y dejarse llevar hasta el durísimo final. Así de inquietantemente ambiguo es el guión de “La cabina”.