Grand Tour
6,5
530
Drama
Rangún, Birmania, 1917. Edward, funcionario del Imperio Británico, huye de su prometida Molly el día que ésta llega para casarse. Durante su viaje, sin embargo, el pánico da paso a la melancolía. Contemplando el vacío de su existencia, el cobarde Edward se pregunta qué habrá sido de Molly... Decidida a casarse y divertida por la jugada de Edward, Molly le sigue la pista a través de Asia. (FILMAFFINITY)
12 de febrero de 2025
12 de febrero de 2025
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Grand Tour” es una de esas películas que invita al espectador a viajar, en este caso por el sudeste asiático, desde Rangún hasta Shanghái pasando por Manila, atravesando montañas, mar y selvas. Pero no es un viaje cualquiera. Es un viaje trascendental, cercano a un sueño, más allá del tiempo y el ser. Voces en off de distintas personas nos narran una historia de desamor primero y amor después. Las imágenes se superponen. La fotografía alterna constantemente el color y el blanco y negro sin motivo aparente. A veces estamos en el año 1918, cuando vemos a Edward y a Molly en carne hueso. Otras veces estamos en la actualidad, y los protagonistas no parecen estar ahí, pero la narración nos hace intuir que sí que están a través de otros personajes (¿budismo y su creencia en la reencarnación del alma?). Si consigues entrar en este viaje que propone Miguel Gomes, podrás alcanzar una especie de trance donde el sonido juega un papel clave, fundamentalmente durante la primera parte de la cinta.
Con aires de documental, “Grand Tour” busca la confluencia entre la cultura milenaria que perdura en estos países y la cultura del ahora. Y es aquí donde la película brilla con secuencias de bella factura en las que lo místico de una cultura se funde con lo banal de la otra: un hombre se emociona tras cantar “My Way” en un deprimente karaoke; una mujer echa las cartas en lo que parece ser una especie de tarot con un look tan actual como hortera; un cuarteto de ancianos juega al mahjong en una mesa equipada con la última tecnología; una perfecta coordinación en los movimientos de una figura de un dragón chino se entremezcla con un caótico tráfico generado por cientos de motos mientras suena “El Danubio Azul”. Preciosa poesía.
Por otro lado, la historia de Edward y Molly me produce un menor interés conforme avanza. De hecho, creo que acaba existiendo una falta de cohesión que supone un verdadero lastre para la película. Y es en el tramo final donde la lírica parece más impostada y las intenciones del director más pretenciosas. En cualquier caso, el trabajo de Miguel Gomes es cuanto menos interesante, de ahí su premio en el festival de Cannes.
Lo mejor: La fotografía.
Lo peor: El tramo final.
En esencia, merece la pena darle una oportunidad al viaje que es “Grand Tour” por el sudeste asiático para descubrir sus culturas y recrearse en la hipnosis a través de la cual Miguel Gomes intenta representarlas.
Con aires de documental, “Grand Tour” busca la confluencia entre la cultura milenaria que perdura en estos países y la cultura del ahora. Y es aquí donde la película brilla con secuencias de bella factura en las que lo místico de una cultura se funde con lo banal de la otra: un hombre se emociona tras cantar “My Way” en un deprimente karaoke; una mujer echa las cartas en lo que parece ser una especie de tarot con un look tan actual como hortera; un cuarteto de ancianos juega al mahjong en una mesa equipada con la última tecnología; una perfecta coordinación en los movimientos de una figura de un dragón chino se entremezcla con un caótico tráfico generado por cientos de motos mientras suena “El Danubio Azul”. Preciosa poesía.
Por otro lado, la historia de Edward y Molly me produce un menor interés conforme avanza. De hecho, creo que acaba existiendo una falta de cohesión que supone un verdadero lastre para la película. Y es en el tramo final donde la lírica parece más impostada y las intenciones del director más pretenciosas. En cualquier caso, el trabajo de Miguel Gomes es cuanto menos interesante, de ahí su premio en el festival de Cannes.
Lo mejor: La fotografía.
Lo peor: El tramo final.
En esencia, merece la pena darle una oportunidad al viaje que es “Grand Tour” por el sudeste asiático para descubrir sus culturas y recrearse en la hipnosis a través de la cual Miguel Gomes intenta representarlas.
23 de mayo de 2024
23 de mayo de 2024
12 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
La obra de Miguel Gomes, desde su debut fílmico con el cortometraje Entretanto (1999) hasta su último y ambicioso proyecto Grand Tour (2024), supone un corpus inmejorable para realizar una síntesis del estado de forma del cine portugués contemporáneo, al tiempo que hace patente sus principales características (lean a Horacio Muñoz e Iván Villarmea para profundizar en ellas): el juego entre géneros, el espacio liminal entre el documental y la ficción, el proceso de revisión histórica o la estética de la distancia, singularidades presentes todas ellas en el último e hipnótico trabajo de Gomes.
No es ningún secreto para quien se haya acercado al cine del portugués que su uso de estructuras fragmentadas y su inquietud para dinamitar las dimensiones clásicas del espacio-tiempo le sirven de pretexto para representar un imaginario único y originalísimo de la sociedad portuguesa, ya sea a través de la tradición popular (Aquel querido mes de agosto), de su pasado colonial (Tabu) o de un presente empobrecido y desencantado donde, sin embargo, siempre hay espacio para el realismo mágico y para la esperanza (trilogía Las mil y una noches sobre la Europa deprimida).
Sorprendentemente, en Grand Tour coexiste el Miguel Gomes del resto de su filmografía, desde el más irónico hasta el más sesudo, desde el más inocente hasta el más experimental. El pretendido hilo conductor del film no puede ser más mínimo: un conjunto de fugas y acercamientos en 1918 en el continente asiático entre Edward, funcionario del imperio británico, y su prometida desde hace 7 años Molly, que nos hará viajar por los hipnóticos y enigmáticos paisajes de Birmania, China, Japón, Filipinas o Vietnam. Como avanzamos, la sutil “línea argumental” del film es solo un pretexto para filmar un complejo entramado etnográfico que invoca con igual entusiasmo al Marker de Sin sol (Sans soleil) como al Murnau de Tabu (y ya más teóricamente a las reflexiones sobre la representación sesgada y reduccionista de Oriente de Edward Said). Quizá lo más bello de la naturaleza brumosa y docuficcional de Grand Tour es que permite confirmar también aquella fantástica descripción de Serge Daney sobre los cineastas portugueses: «artesanos maniáticos e hipercultivados, que se dan el lujo de hacer el cine más lento del mundo sin dejar nunca de revivir el pasado extraño y glorioso de Portugal con la intensidad de arqueólogos enamorados».
Ese es Gomes, un arqueólogo enamorado del tiempo y los espacios, que se imbrican aquí sin relación de continuidad, creando un magma de localizaciones y épocas que no por deslavazado deja de tener coherencia con el aparato formal de la película. Así las cosas, tenemos a un hombre que traspasa fronteras escapando de una mujer (¿no les recuerda en estructura, tono y punto de partida a la novela Un viaje a la India de otro portugués agitador apellidado Tavares?), pero también mucho más: babuinos relajándose en aguas termales, pandas observando desde lo más alto de los árboles, anacronismos físicos y sonoros, motoristas a cámara lenta, jugadores de ‹mahjong›, cantantes empedernidos… y marionetas, figura reiterativa en el film y símbolo seminal y elemental del arte de contar historias. No es casual que veamos a los titiriteros manipular las marionetas, pues Gomes, siempre interesado en la dimensión metatextual del cine, se reserva un gesto similar para dar por terminada la función y para recordarnos que, por muy confuso, desafiante o triste que sea el mundo de Grand Tour, no es más que una ficción.
_Escrito para Cinemaldito.com_
No es ningún secreto para quien se haya acercado al cine del portugués que su uso de estructuras fragmentadas y su inquietud para dinamitar las dimensiones clásicas del espacio-tiempo le sirven de pretexto para representar un imaginario único y originalísimo de la sociedad portuguesa, ya sea a través de la tradición popular (Aquel querido mes de agosto), de su pasado colonial (Tabu) o de un presente empobrecido y desencantado donde, sin embargo, siempre hay espacio para el realismo mágico y para la esperanza (trilogía Las mil y una noches sobre la Europa deprimida).
Sorprendentemente, en Grand Tour coexiste el Miguel Gomes del resto de su filmografía, desde el más irónico hasta el más sesudo, desde el más inocente hasta el más experimental. El pretendido hilo conductor del film no puede ser más mínimo: un conjunto de fugas y acercamientos en 1918 en el continente asiático entre Edward, funcionario del imperio británico, y su prometida desde hace 7 años Molly, que nos hará viajar por los hipnóticos y enigmáticos paisajes de Birmania, China, Japón, Filipinas o Vietnam. Como avanzamos, la sutil “línea argumental” del film es solo un pretexto para filmar un complejo entramado etnográfico que invoca con igual entusiasmo al Marker de Sin sol (Sans soleil) como al Murnau de Tabu (y ya más teóricamente a las reflexiones sobre la representación sesgada y reduccionista de Oriente de Edward Said). Quizá lo más bello de la naturaleza brumosa y docuficcional de Grand Tour es que permite confirmar también aquella fantástica descripción de Serge Daney sobre los cineastas portugueses: «artesanos maniáticos e hipercultivados, que se dan el lujo de hacer el cine más lento del mundo sin dejar nunca de revivir el pasado extraño y glorioso de Portugal con la intensidad de arqueólogos enamorados».
Ese es Gomes, un arqueólogo enamorado del tiempo y los espacios, que se imbrican aquí sin relación de continuidad, creando un magma de localizaciones y épocas que no por deslavazado deja de tener coherencia con el aparato formal de la película. Así las cosas, tenemos a un hombre que traspasa fronteras escapando de una mujer (¿no les recuerda en estructura, tono y punto de partida a la novela Un viaje a la India de otro portugués agitador apellidado Tavares?), pero también mucho más: babuinos relajándose en aguas termales, pandas observando desde lo más alto de los árboles, anacronismos físicos y sonoros, motoristas a cámara lenta, jugadores de ‹mahjong›, cantantes empedernidos… y marionetas, figura reiterativa en el film y símbolo seminal y elemental del arte de contar historias. No es casual que veamos a los titiriteros manipular las marionetas, pues Gomes, siempre interesado en la dimensión metatextual del cine, se reserva un gesto similar para dar por terminada la función y para recordarnos que, por muy confuso, desafiante o triste que sea el mundo de Grand Tour, no es más que una ficción.
_Escrito para Cinemaldito.com_
9 de marzo de 2025
9 de marzo de 2025
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Miguel Gomes nos propone una historia en la que una mujer persigue a un hombre, entre una serie de imágenes del sudeste asiático en el año 1918, que nos deja, de verdad, un regusto de Grand Tour.
El drama parece un tanto, digamos, extraño cuando nos cuentan que se trata de una persecución "romántica" a través de miles y miles de kilómetros, cruzando paises donde el desplazamiento es muy complicado, aunque al ser los protagonistas ingleses, mentalmente, lo encuadramos en movientes por paises bajo dominio británico. Es muy meritoria la integración de imágenes, se supone de archivo, con la grabación actual. En todo momento estamos en 1918.
Es interesante que la cronología de la película muestre primero todas las circunstancias del perseguido sin mostrar nada de la perseguidora. Es una forma de ir introduciéndote en la trama imaginando desde el físico hasta el comportamiento de una mujer que, extrañamente, persigue a un presunto novio.
El elenco de actores no aporta mucho, ya que se integran en la naturaleza de las imágenes y es el conjunto el que va "tourneando" en la película.
En fin, de una historia extraña, en mi opinión, el portugués Miguel Gomes fabrica un film que mantiene en interés hasta el final y nos provee de un viaje a sitios que hoy en día son deseo turístico para mucha gente.
Vaya a verla y no se deje llevar por el presunto aburrimiento, cada film tiene un ritmo, que parece embargar el visionado de más de dos horas. Al final estará contento.
El drama parece un tanto, digamos, extraño cuando nos cuentan que se trata de una persecución "romántica" a través de miles y miles de kilómetros, cruzando paises donde el desplazamiento es muy complicado, aunque al ser los protagonistas ingleses, mentalmente, lo encuadramos en movientes por paises bajo dominio británico. Es muy meritoria la integración de imágenes, se supone de archivo, con la grabación actual. En todo momento estamos en 1918.
Es interesante que la cronología de la película muestre primero todas las circunstancias del perseguido sin mostrar nada de la perseguidora. Es una forma de ir introduciéndote en la trama imaginando desde el físico hasta el comportamiento de una mujer que, extrañamente, persigue a un presunto novio.
El elenco de actores no aporta mucho, ya que se integran en la naturaleza de las imágenes y es el conjunto el que va "tourneando" en la película.
En fin, de una historia extraña, en mi opinión, el portugués Miguel Gomes fabrica un film que mantiene en interés hasta el final y nos provee de un viaje a sitios que hoy en día son deseo turístico para mucha gente.
Vaya a verla y no se deje llevar por el presunto aburrimiento, cada film tiene un ritmo, que parece embargar el visionado de más de dos horas. Al final estará contento.
30 de octubre de 2024
30 de octubre de 2024
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine portugués no es sencillo, porque está alejado del cine comercial al que estamos acostumbrados, y en el fondo es un cine de arte y ensayo para muy cafeteros, que en general da prioridad a los aspectos formales más a contar historias atractivas. Si en la actualidad hay un cineasta de prestigio en ese país, ese es Miguel Gomes, que con esta película ganó el premio a la mejor dirección en Cannes, y en la Seminci el de mejor montaje.
La película mezcla bastantes géneros, y se desarrolla durante varios años a principios del siglo XX, en diferentes países de Asia, en ese espíritu viajero de Gomes, cuyos trabajos nos permiten conocer lugares inhóspitos del continente asiático o africano (en "Tabú"). Miguel Gomes se inspiró para hacer "Grand tour" en un diario ficcionado del escritor británico Somerset Maugham.
Tenía bastantes ganas de verla, pese a que después de comer no es la mejor hora para ver una película de ritmo pausado en un Festival de cine, y no salí descontento, porque me interesó la historia de Edward y Molly, en la primera mitad seguimos a ese funcionario del ejército británico que se traslada de un lado a otro de Asia huyendo de la mujer con la que se iba a casar, en plena I Guerra Mundial, y durante ese recorrido le sucederán todo tipo de cosas, mejores o peores, pero al menos permite al espectador disfrutar de ese paisaje de gran belleza, en medio de la selva o en una ciudad más poblada.
Durante la segunda mitad es cuando conocemos a Molly, la prometida del protagonista, en una historia que se desarrolla unos años después de lo que vimos en la primera mitad, cuando esa joven se lanza al vacío en una búsqueda sin rumbo para intentar localizar a Edward. Este personaje femenino es mucho más alegre y divertido, con lo que esta segunda parte las microhistorias que suceden en ese viaje tienen un tono diferente, y la cámara de Miguel Gomes recorre algunos sitios que ya conocemos de la primera mitad (de nuevo aparecen osos pandas), y otros nuevos (incluyendo un buda de gran belleza situado a orillas del río).
La película es bastante irregular, se habla en diferentes idiomas (portugués, chino, tailandés, francés, birmano, vietnamita, filipino y japonés), tiene momentos en donde la voz en off termina siendo cargante, aunque afortunadamente no se abusa mucho de este recurso narrativo en relación a otras cintas de la misma nacionalidad, y tiene un plano final desconcertante que se lo podía haber ahorrado, pero estuve interesado casi todo el rato en ese recorrido sin rumbo por un lado de Edward y por otro de Molly.
Como aspectos positivos me gustaría destacar la dirección de Miguel Gomes, el gran trabajo de los directores de fotografía de la película, cómo logra captar el sonido ambiente de la naturaleza, y la interpretación de Crista Alfaiate, que me gusta más que la de Gonçalo Waddington.
LO MEJOR: la fotografía. la dirección
LO PEOR: la primera mitad es bastante monótona.
La película mezcla bastantes géneros, y se desarrolla durante varios años a principios del siglo XX, en diferentes países de Asia, en ese espíritu viajero de Gomes, cuyos trabajos nos permiten conocer lugares inhóspitos del continente asiático o africano (en "Tabú"). Miguel Gomes se inspiró para hacer "Grand tour" en un diario ficcionado del escritor británico Somerset Maugham.
Tenía bastantes ganas de verla, pese a que después de comer no es la mejor hora para ver una película de ritmo pausado en un Festival de cine, y no salí descontento, porque me interesó la historia de Edward y Molly, en la primera mitad seguimos a ese funcionario del ejército británico que se traslada de un lado a otro de Asia huyendo de la mujer con la que se iba a casar, en plena I Guerra Mundial, y durante ese recorrido le sucederán todo tipo de cosas, mejores o peores, pero al menos permite al espectador disfrutar de ese paisaje de gran belleza, en medio de la selva o en una ciudad más poblada.
Durante la segunda mitad es cuando conocemos a Molly, la prometida del protagonista, en una historia que se desarrolla unos años después de lo que vimos en la primera mitad, cuando esa joven se lanza al vacío en una búsqueda sin rumbo para intentar localizar a Edward. Este personaje femenino es mucho más alegre y divertido, con lo que esta segunda parte las microhistorias que suceden en ese viaje tienen un tono diferente, y la cámara de Miguel Gomes recorre algunos sitios que ya conocemos de la primera mitad (de nuevo aparecen osos pandas), y otros nuevos (incluyendo un buda de gran belleza situado a orillas del río).
La película es bastante irregular, se habla en diferentes idiomas (portugués, chino, tailandés, francés, birmano, vietnamita, filipino y japonés), tiene momentos en donde la voz en off termina siendo cargante, aunque afortunadamente no se abusa mucho de este recurso narrativo en relación a otras cintas de la misma nacionalidad, y tiene un plano final desconcertante que se lo podía haber ahorrado, pero estuve interesado casi todo el rato en ese recorrido sin rumbo por un lado de Edward y por otro de Molly.
Como aspectos positivos me gustaría destacar la dirección de Miguel Gomes, el gran trabajo de los directores de fotografía de la película, cómo logra captar el sonido ambiente de la naturaleza, y la interpretación de Crista Alfaiate, que me gusta más que la de Gonçalo Waddington.
LO MEJOR: la fotografía. la dirección
LO PEOR: la primera mitad es bastante monótona.
19 de marzo de 2025
19 de marzo de 2025
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Edward, un funcionario británico en la Birmania colonial, huye de su boda como si el altar fuera una celda, su prometida, Molly, no llora, lo persigue por Asia con la determinación de un sabueso y la curiosidad de una turista. Lo que podría ser una comedia romántica con elefantes y trenes de vapor se convierte en un paseo existencial por paisajes que reflejan su vacío.
Miguel Gomes dirige como un coleccionista de instantes, planos de junglas que respiran, mercados donde el tiempo se estira como chicle, y grandes atardeceres. Su cámara es un viajero incansable, pero el alma del viaje se extravió en algún puerto, la luz dorada y los decorados impecables son un festín visual, pero ¿de qué sirve un banquete si los platos no saben a nada? El ritmo es tan pausado que hasta los personajes parecen bostezar en cámara lenta, es cine para ojos, no para corazones.
Edward, el novio fugitivo, actúa con la intensidad de una sombra proyectada en una pared, visible, pero sin peso, su melancolía es tan etérea que hasta el viento la atravesaría. Molly, en cambio, brilla como un fósforo en la oscuridad, decidida, curiosa, con una chispa que el guion apaga cada vez que podría incendiar algo. Juntos, son como un tango bailado en habitaciones separadas, mucho movimiento, poca conexión.
La fotografía captura templos, ríos y selvas con filtros de ensueño, el vestuario parece sacado de un catálogo de vintage colonial, trajes de lino impecables, vestidos que susurran elegancia, y la banda sonora es un susurro de viento y silencios, como si Gomes temiera que la música distrajera de los paisajes. Todo es hermoso, sí, pero tan pulido que hasta el barro de los caminos parece fake.
Es una película visualmente fascinante pero narrativamente desigual, que si bien ofrece una mirada original sobre el miedo al compromiso y la transformación personal, su ritmo pausado y su tono distante pueden hacer que su impacto emocional se diluya.
Miguel Gomes dirige como un coleccionista de instantes, planos de junglas que respiran, mercados donde el tiempo se estira como chicle, y grandes atardeceres. Su cámara es un viajero incansable, pero el alma del viaje se extravió en algún puerto, la luz dorada y los decorados impecables son un festín visual, pero ¿de qué sirve un banquete si los platos no saben a nada? El ritmo es tan pausado que hasta los personajes parecen bostezar en cámara lenta, es cine para ojos, no para corazones.
Edward, el novio fugitivo, actúa con la intensidad de una sombra proyectada en una pared, visible, pero sin peso, su melancolía es tan etérea que hasta el viento la atravesaría. Molly, en cambio, brilla como un fósforo en la oscuridad, decidida, curiosa, con una chispa que el guion apaga cada vez que podría incendiar algo. Juntos, son como un tango bailado en habitaciones separadas, mucho movimiento, poca conexión.
La fotografía captura templos, ríos y selvas con filtros de ensueño, el vestuario parece sacado de un catálogo de vintage colonial, trajes de lino impecables, vestidos que susurran elegancia, y la banda sonora es un susurro de viento y silencios, como si Gomes temiera que la música distrajera de los paisajes. Todo es hermoso, sí, pero tan pulido que hasta el barro de los caminos parece fake.
Es una película visualmente fascinante pero narrativamente desigual, que si bien ofrece una mirada original sobre el miedo al compromiso y la transformación personal, su ritmo pausado y su tono distante pueden hacer que su impacto emocional se diluya.
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