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Voto de Sergio Berbel:
5
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5
6.9
8,676
Drama. Intriga
En 1894, el capitán francés Alfred Dreyfus, un joven oficial judío, es acusado de traición por espiar para Alemania y condenado a cadena perpetua en la Isla del Diablo, en la Guayana Francesa. Entre los testigos que hicieron posible esta humillación se encuentra el coronel Georges Picquart, encargado de liderar la unidad de contrainteligencia que descubrió al espía. Pero cuando Picquart se entera de que se siguen pasando secretos ... [+]
6 de octubre de 2020
6 de octubre de 2020
1 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Roman Polanski es un nombre fundamental para entender el cine europeo. Suyas son algunas películas de esas que marcan para siempre la vida de un cinéfilo como “El pianista”, “La muerte y la doncella”, “Chinatown”, “La semilla del diablo” o mi favorita, “Repulsión”. Ha probado todos los géneros, texturas y posibilidades a lo largo de varias décadas. También es autor de obras menores, y es el caso de “El oficial y el espía”, un acercamiento totalmente ortodoxo y academicista a un drama judicial de época en torno al clásico tema del falso culpable (imposible tratarlo sin que nuestra mente viaje hasta Alfred Hitchcock como leit motiv recurrente en la filmografía del maestro de maestros británico).
Se trata de la condena por traición a un oficial francés llamado Dreyfus en 1894, la cual dio lugar al famoso “Yo acuso” de Emile Zola. Todo un montaje insostenible para cargar con las culpas de la actuación de un espía en el corazón del ejército galo sobre un inocente oficial judío, con las dosis de antisemitismo además que impregnaban el país.
Seguramente el maestro Polanski ha querido tirar de esta historia mirando hacia sí mismo, igualmente masacrado por sospechas e indicios desde hace décadas de un delito que probablemente nunca haya cometido, y que se ha sumado a un catálogo de desgracias biográficas a la altura del viudo de Sharon Tate, ni más ni menos.
Una cinta que quizás adolece de dos excesos, de metraje y de academicismo, que la convierten necesariamente en menor a pesar de los nombres de postín que atesora en su reparto, y la música de un Alexandre Desplat no especialmente motivado e inspirado en esta entrega.
Magníficamente ambientada y muy bien fotografiada, la película es preciosista en lo técnico pero fría y desangelada en su contenido. Nos deja, eso sí, la escena del duelo para el recuerdo, donde Polanski compite en intensidad y calidad con el Stanley Kubrick de “Barry Lyndon” (no lo consigue) o el Ridley Scott de “Los duelistas” (podría haberlo conseguido).
Se trata de la condena por traición a un oficial francés llamado Dreyfus en 1894, la cual dio lugar al famoso “Yo acuso” de Emile Zola. Todo un montaje insostenible para cargar con las culpas de la actuación de un espía en el corazón del ejército galo sobre un inocente oficial judío, con las dosis de antisemitismo además que impregnaban el país.
Seguramente el maestro Polanski ha querido tirar de esta historia mirando hacia sí mismo, igualmente masacrado por sospechas e indicios desde hace décadas de un delito que probablemente nunca haya cometido, y que se ha sumado a un catálogo de desgracias biográficas a la altura del viudo de Sharon Tate, ni más ni menos.
Una cinta que quizás adolece de dos excesos, de metraje y de academicismo, que la convierten necesariamente en menor a pesar de los nombres de postín que atesora en su reparto, y la música de un Alexandre Desplat no especialmente motivado e inspirado en esta entrega.
Magníficamente ambientada y muy bien fotografiada, la película es preciosista en lo técnico pero fría y desangelada en su contenido. Nos deja, eso sí, la escena del duelo para el recuerdo, donde Polanski compite en intensidad y calidad con el Stanley Kubrick de “Barry Lyndon” (no lo consigue) o el Ridley Scott de “Los duelistas” (podría haberlo conseguido).