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8,0
42.860
Serie de TV. Drama
Serie de TV (2001-2005). 5 temporadas. 63 episodios. Narra la vida de los miembros de una peculiar familia de Los Ángeles que posee una empresa funeraria. El día de Nochebuena, mientras esperaba la llegada de su hijo Nate (Krause), su padre Nathaniel Fisher (Jenkins) muere en un accidente de coche. Su hermano David (Hall), un gay que no ha salido del armario, dirige el negocio familiar junto a su dominante madre Ruth (Conroy), mientras ... [+]
18 de junio de 2007
18 de junio de 2007
69 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ácida, anormal, cáustica, conmovedora, enriquecedora, excepcional, excitante, fresca, hilarante, inconmensurable, inolvidable, inquietante, intensa, irrepetible, imprescindible, irónica, literaria, mágica, maravillosa, original, perturbadora, perfecta, provocadora, única, eterna…
Bajo el sello característico de las producciones HBO (Los Soprano), Alan Ball recogió el espíritu crítico de su American Beauty para crear en el 2001, año kubrickiano por excelencia – sugestiva coincidencia -, una serie (de ficción) fuera de serie. Tras cinco años, afirmo que no sólo nos encontramos ante una obra maestra de la TV universal, una de las cimas de su historia, sino ante una obra de arte que va más allá de cualquier disciplina, comparable a un Padrino, un Quijote o una Gioconda.
Porque hay que haber vivido mucho para plasmar la realidad con tanta sabiduría; porque cada uno de sus capítulos o tragicomedias contienen tal sensibilidad y sinceridad que diseccionan de raíz los cimientos y actitudes de nuestra falsa e hipócrita sociedad occidental; por su punto freak, su intensidad emocional, su profundidad analítica, su belleza formal, su estructura narrativa y su talento interpretativo; porque chorrea inteligencia y desprecia sutilmente a los estúpidos que insisten en ser infelices o hacer infelices a los demás; porque jamás hablando de la muerte se dijo tanto sobre la vida; por su fe en una parte del ser humano; porque expresa todo lo que pensamos y no nos atrevemos a decir; porque huye de tópicos, estereotipos, tremendismos, sensacionalismos y lecciones morales; por su banda sonora; por sus puntos de vista, tantos como franjas de edad; porque me ponen las invasiones bárbaras de la familia Fisher y compañía, todos ellos son ángeles caídos que no creen en el sueño americano, outsiders que luchan por no ingresar en la maquinaria del sistema (para ellos hay vida más allá del éxito); por su apoteósico y antológico final (coronado por el Breath you de Sia), como si de la muerte de un hijo se tratara, con el aroma de Borges, la compasión y el desahogo de Chaplin; por el puñetazo que da sobre la convivencia de las personas; porque termina como la vida misma, con asuntos inconclusos, preguntas sin respuesta e inmortales recuerdos bañados por algunas lágrimas; por convertir el sufrimiento en alegría por vivir; porque crecer, evolucionar es creer en la otra cara de la existencia; porque algunos tienen la Biblia, y otros, tenemos A dos metros bajo tierra.
Bajo el sello característico de las producciones HBO (Los Soprano), Alan Ball recogió el espíritu crítico de su American Beauty para crear en el 2001, año kubrickiano por excelencia – sugestiva coincidencia -, una serie (de ficción) fuera de serie. Tras cinco años, afirmo que no sólo nos encontramos ante una obra maestra de la TV universal, una de las cimas de su historia, sino ante una obra de arte que va más allá de cualquier disciplina, comparable a un Padrino, un Quijote o una Gioconda.
Porque hay que haber vivido mucho para plasmar la realidad con tanta sabiduría; porque cada uno de sus capítulos o tragicomedias contienen tal sensibilidad y sinceridad que diseccionan de raíz los cimientos y actitudes de nuestra falsa e hipócrita sociedad occidental; por su punto freak, su intensidad emocional, su profundidad analítica, su belleza formal, su estructura narrativa y su talento interpretativo; porque chorrea inteligencia y desprecia sutilmente a los estúpidos que insisten en ser infelices o hacer infelices a los demás; porque jamás hablando de la muerte se dijo tanto sobre la vida; por su fe en una parte del ser humano; porque expresa todo lo que pensamos y no nos atrevemos a decir; porque huye de tópicos, estereotipos, tremendismos, sensacionalismos y lecciones morales; por su banda sonora; por sus puntos de vista, tantos como franjas de edad; porque me ponen las invasiones bárbaras de la familia Fisher y compañía, todos ellos son ángeles caídos que no creen en el sueño americano, outsiders que luchan por no ingresar en la maquinaria del sistema (para ellos hay vida más allá del éxito); por su apoteósico y antológico final (coronado por el Breath you de Sia), como si de la muerte de un hijo se tratara, con el aroma de Borges, la compasión y el desahogo de Chaplin; por el puñetazo que da sobre la convivencia de las personas; porque termina como la vida misma, con asuntos inconclusos, preguntas sin respuesta e inmortales recuerdos bañados por algunas lágrimas; por convertir el sufrimiento en alegría por vivir; porque crecer, evolucionar es creer en la otra cara de la existencia; porque algunos tienen la Biblia, y otros, tenemos A dos metros bajo tierra.